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jueves, 16 de agosto de 2012

· Capítulo 3: .. ¿¡QUÉ?! [Segunda parte.]

  
  [ Breaking benjamin - The diary of Jane.] 
  [ Breaking benjamin - So cold.]
  [ Three Days Grace - I hate everything about you.]
    
    Abby Nouva
  
  
 Observé la sonrisa de aquel desconocido con el ceño fruncido. Era extraño ver a una persona sonreír con los labios, y ver sus ojos con una profunda tristeza. Te hacía sentir.. insegura. 
  
  Me deshice de los dedos que limpiaban mis lágrimas con un ademán, y me alejé de aquella tranquilidad que emanaba su cuerpo. Demasiado tranquilidad.. Algo en él me hacía olvidar el dolor que encerraba mi pecho y atenazaba mi garganta. Aunque esa no era al forma exacta de decirlo, porque yo no olvidaba el dolor. Sabía que estaba ahí. Sabía lo que sentía.. pero sus dedos calmaban el ritmo de mi corazón y ralentizaban mi respiración. Es tan extraño como suena, y eso era lo que me hacía desconfiar de él. 
  
  Dí dos pasos hacia atrás, y en esos dos pasos bastaron para que mi momentánea tranquilidad se disipara. Al momento las lágrimas empezaron a brotar y mi garganta empezó a gemir. Nana había muerto... Nana había muerto. 
  
  Los finos dedos de Angelique, con aquella manicura excesivamente cuidada rozaron mi hombro. Y eso fue la gota que colmó el vaso. Antes de que pudiera decir alguna palabra de aliento, eché a correr por donde había venido con todas mis fuerzas. 
  
  Y corrí.. y corrí. Y seguí corriendo. 
  
  Recorrí el jardín de la casa de Nana todo lo rápido que pude, sorteando a los sirvientes sorprendidos que se me cruzaban en el paso. Y cuando éste acabó, me interné en el bosque sin pensar siquiera en dónde iba, ni en lo tarde que era. El dolor me impulsaba y me cegaba como a los creyentes la fé a Dios. Ni las espinas que luchaban por detenerme enganchándose en la chaqueta de Ron, ni el frío que traspasaba mi piel y llegaba hasta los huesos, ni el cansancio de una noche en vela y un mal descanso consiguieron detenerme. 
  
  Corrí, corrí y corrí. Y sólo paré hasta llegar a los pies de Berthon, el gran Sauce. 
  
  Los músculos de mis piernas desnudas sufrían espasmos de correr tanto tiempo y a tanta velocidad. Estaban repletas de pequeños arañazos y mis rodillas sangraban por las dos veces que había resbalado y caído. Mi cuerpo era preso de los espasmos y de los resoplidos que hacía el respirar las grandes bocanadas de aire que se mezclaban con los sollozos. 
  
  Apoyé mi frente en la corteza de Berthon esperando recobrarme rápido, pero tuve que recostarme en sus raíces al poco tiempo. Subí la vista al cielo, y entre toda la vegetación que había, pude ver un cielo azul que se empezaba a tornar oscuro. Ya casi no se podía ver, de ahí mis caídas. Y hacía un frío casi insoportable, pero eso no era por la hora. 
  
  Eché la vista hacia atrás, y ahí estaban: Más grandes que nunca, más oscuras que de lo común, y con una forma mucho más humana de lo normal. Las sombras. Como era de costumbre me habían seguido. Y llevaban ya mucho tiempo haciéndolo. Empecé a oler el olor de su putrefacción mucho antes de dejar el jardín de Nana. 
  
  Nana.. 
  
  A la mierda las sombras. Por mí podían impedirme el paso de vuelta a la mansión el resto de la noche. El resto de mi vida, incluso. No quería volver ahí.. no cuando Nana faltaba. 
  
  Y antes de siquiera proponérmelo, mi garganta habían empezado a emitir ese ruido raro que empiezas a hacer cuando llevas horas llorando y mis ojos habían empezado a desbordarse de nuevo. Me abracé las rodillas, y dejé que mi alma me rasgara para salir. Lo necesitaba. 
  
  No espero que entendáis mi dolor. No sabéis nada de mí y mi pasado. Mi abuela era la única persona que de verdad me cuidaba en mi vida. Ella me enseñó como sonreír cuando las sombras te acorralan contra la pared. Me salvó la vida un millar de veces. Y, gracias a ella, no me he perdido en el bosque hoy. 
  
  Sé lo que os preguntáis. '¿Y tus padres? ¿Insinúas que no te quieren?'  No lo insinúo. Lo afirmo. No sé qué es lo que hice mal. No sé el porqué de su indiferencia hacia mí. Tampoco quiero descubrirlo. 
  
  Hasta hace poco más de 5 años mis padres no jugaban un papel muy importante en mi vida. Yo vivía con mi abuela, en la mansión. Ella fue mi madre, y no Angelique. Ella fue la que me crió mientras mis padres vivían a kilómetros de mí. Me enseñó las bazas de las sombras y botánica. Me enseñó el bosque. Me enseñó a ser quien soy yo ahora. 
  
  Entonces un día vinieron a recogerme y me llevaron. Tenía once años, estaba asustada. Era pequeña aún para alejarme de Nana, quien me defendía de las sombras, pero lo suficientemente fuerte como para aprender. Al menos eso era lo que les oí decir a mis padres tras una puerta. Solo acepté a ir con aquellos desconocidos por la promesa de ir a visitar a nana. Y la cumplieron.. Los dos primeros años. Después las visitas empezaron a espaciarse, me obligaron a llamarlos 'Mamá' y 'Papá'. Y después las visitas acabaron por desaparecer de la lista de 'cosas que hacer esta semana'. 
  
  Y ahora nana había muerto. Sola. 
  
  ¿Lo entendéis ahora? ¿Entendéis el dolor y el asco que me producen sus caras? 
  
  Enterré la cabeza entre mis rodillas, me arrebujé más en la chaqueta de Ron. El olor que desprendía la tela me recordaba la presencia familiar de uno de mis pocos amigos, pero ni eso era suficiente para hacerme mantener la calma. 
  
  Las horas fueron pasando, y el bosque se hizo cada vez más oscuro. Mis sollozos empezaron a aminorar fuerza más o menos a las dos horas de sentarme a los pies de Berthon. Pero antes de desaparecer pasaron por una secuencia extraña de cambios, en los que se transformaba en hipo, suspiro, gemido, grito de rabia y después de nuevo a hipo. Después simplemente guardé silencio en la oscuridad, y me limité a acariciar la corteza de Berthon. 
  
  Para quien no sepa quién es Berthon, daré una pequeña clase instructiva. Berthon era el árbol favorito de mi abuela. El preferido de todo el bosque. Y creo que también del mundo. 
  
  Nana solía decir que era tan antiguo como el viento y tan resistente como la piedra. No era el más bonito del bosque, ni el más ostentoso. Es más, no tenía nada de especial, salvo las pequeñas bolas de cristal que yo y mi abuela habíamos colgado de sus gruesas ramas una tarde de verano. Sólo era diferente. En todo lo que habíamos caminado en el bosque no habíamos conseguido encontrar otro sauce más aparte de éste, y eso era lo que lo hacía tan apreciado. Solíamos sentarnos a sus pies, merendar contando historias hasta el anochecer, he incluso pasar la noche en sus faldas. Una de esas noches nos pareció oír un tintineo metálico entre los matorrales que rodeaban el muy pequeño claro del árbol. Nana dijo que podían ser unas hadas que querían acompañarnos pero que les daba un poco de vergüenza. Desde entonces Berthon pasó a llamarse 'Berthon, la casa de las hadas'. De ahí las bolas de cristal de colores que colgaban de sus ramas: Estaban huecas y estaban especialmente ideadas para albergar a una pequeña hada dentro. Cada una tenía dentro una flor para almacenar rocío de la mañana, una mullida cama de hojas recién cogidas para poder descansar plácidamente, y un buen surtido de bayas dulces para un desayuno como Dios manda. 
  
  Ahora la mitad de las bolas habían caído al suelo, y las ardillas se habían dedicado a comerse y destrozar todas las bayas y las flores que habían dentro. Muchas estaban sucias y llenas de polvo y barro. Hasta Berthon parecía haber sucumbido a la ausencia de la abuela, y había perdido un poco de color en sus raíces. Ya no tenía esos racimos de margaritas que salpicaban sus pies. Ya no era tan brillante, y mucho menos en la noche. Pero aún así era un retazo de mi infancia perdida, y era lo más cálido y acogedor que podía encontrar en ese lugar. 
  
  Así que suspiré, abracé aún más fuertemente mis rodillas y las metí dentro de la chaqueta de Ron. Era una suerte que me quedara grande, si no esa noche pasaría mucho frío. Me acomodé entre las familiares raíces de Berthon y cerré los ojos. 
  
  Justo antes de caer rendida en el profundo sueño que llevaba ya tiempo acechándome, pude oír un tintineo. Un pequeño susurro metálico, cerca de mi oído. Eso fue lo único que me hizo sonreír desde que llegué a esta mansión. 
  
  
                                    ~ Fin del capítulo. 

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