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jueves, 20 de septiembre de 2012

· Capítulo 6: Herida abierta. [Primera parte]

    
    
    ·CAPÍTULO 6: Herida abierta. 
    
    
    Abby Nouva. 
    
    
    
    
    Arg.. Que calor. Pensé, y moví las piernas para apartar las sábanas de encima mía. No noté nada, y fruncí el ceño al ver que estaban todas arrugadas y amontonadas de mala manera a mis pies.
    
    Me dolía todo el cuerpo, que tenía entumecido y aún dormido. Moverlo me costaba lo mismo que me costaría levantar una piedra grande y dura sólo con un brazo, cosa que me hizo gruñir, mientras me estiraba, con todas mis fuerzas. 
    
    Al abrir los ojos tuve que parpadear. Del ventanal, siempre abierto, entraba una luz algo más tenue que antes, pero aún así demasiado fuerte. Y calor. Mucho calor. Me levanté alejándome de las mantas de la cama, y corrí a ducharme. 
    
    Mi mente adormecida por el sueño no podía hacer más que enumerarme una lista algo básica de las necesidades que mi cuerpo me gritaba tener que hacer después de ducharme. 
    
    Comer, eso lo primero. Ahora que mi estómago ya no era un amasijo apretado y engreñado de carne viva y temblorosa, parecía que volvía a tener apetito. 
    
    Y lavarme los dientes.. Puaj, que asco. 
    
    Sea como fuere, mi cuerpo se despertó rápido al recibir una corriente fría de agua, así que terminé aún más rápido de ducharme, cepillarme los dientes, ponerme ropa limpia, y salir de la habitación. No necesariamente en ese orden, claro. 
    
    Otra historia era mi pelo.. Ese nido engreñado de pelo cobrizo que cubría mi cabeza cual casco no era posible de desenredar ni con un martillo pilón. Tardé lo que a mi estómago y a mí nos parecieron décadas en alisarlo lo suficiente para recogerlo un mínimo. Al menos un moño de esos que le gusta tanto a Alex valdría para aplacar un poco el calor, ¿no? O eso me dije yo a mí misma. Lo que fuera para no esperar más para comer. 
    
    'O para no ver más lo que te ha pasado.' Susurró la voz de mi conciencia. 
    
    Y era cierto. Podía sentirme todo lo bien que que quisiera, pero las secuelas de estos últimos días eran evidentes. La chica que me miraba al otro lado del espejo no era yo, o al menos no como yo me recordaba a mí misma.
    
    Es decir.. ¿Siempre fuí así de pálida? ¿Siempre tuve esas tremendas ojeras bajo los ojos? Semilunas oscuras que oscurecen mis ojos.. No me gusta como quedan. Y, aunque mis ojos permanecen iguales, ahora son demasiado grandes para mi rostro, como ver dos enormes flores, verdes, en un cuadrado demasiado pequeño de césped. Simplemente, no encaja. No me gusta, y no quiero mirarme, pero lo hago. Yo tan masoquista como siempre. 
    
    Así que me dí aún más prisa en terminar, me recogí pelo como pude, alejándome de esa perturbadora imagen, y de tener que recordar lo que me hizo caer en esa imagen. 
    
    De camino al comedor me dí cuenta de que ya no me dolían tanto las muñecas ni las rodillas, pero el dolor del tobillo persistía ahí. Tanto que no pude ir tan rápido como mi estómago dictaba, por eso me alegré tanto de oler ese dulce olor de comida en el pasillo. 
    
    Al pasar las dos grandes puertas de madera oscura que abrían el acceso al comedor, la desilusión embargó mi anestesiado corazón. No había nadie. O, más bien cabría decir, no había nada de comer. 
    
    La sala; mucho, mucho más enorme que cualquier sala que se encontrase en esa mansión, lucía una soledad que ni yo aparentaba. Parecía dejada, sin color. Parecía abandonada, aunque luciese limpia y ordenada. Una dejadez que pareció avivar mi corazón dormido, y empujó a mi mente a pensar en los hechos que me habían deprimido en el transcurso de estos dos días. 
    
    ¿Qué como era la habitación más grande de la mansión? Bueno, grande. Era enorme. Un amasijo de paredes blancas, cuadros con filos dorados, y cortinas de un leve tono violeta en cada ventanal. Y había muchos, muchísimos. Todos abiertos, todos dejando entrar sendos torrentes de luz, con la leve brisa meciendo levemente dichas telas. También había unas tres telas de araña. Enormes, y con gran distancia unas de otras. En sus cristales brillaba la luz del sol, que parpadeaba en las paredes. 
    
    Mucha luz, que era lo que Nana había preparado para mí. Aún recuerdo el día en el que le pregunté el porqué de tanto sol natural en la casa, a lo que ella respondió: 
  
    'Porque así no tendrás que concentrarte en mantener las sombras a raya, cariño. Aquí siempre estarás rodeada de luz, de gente que te quiere y te cuida. Siempre estarás a salvo. Después de todo, para destruir a tus sombras sólo necesitas tres cosas: Compañía, felicidad y luz. Y tenemos la suerte de que siempre vayan cogidas de la mano, ¿no crees?'
    
    'Aquí siempre estarás rodeada de luz, de gente que te quiere y te cuida'. Que ironía, ¿Y dónde estás, eh, si esto es así? Las lágrimas empezaron a empujar tras mis ojos. 
    
    Sin previo aviso, una puerta lateral que no había visto, en la pared contraria en la que estaban los ventanales, se abrió. El ruido que hizo inmerso en el profundo silencio de la habitación me sorprendió como poco. Pegué un saltito, y me distrajo bastante. 
        
    De la puerta salió un chico, del cual sólo le vi la espalda. Alto, de pelo castaño y piel morena, llevaba el traje que tenía Mady pero con pantalones. Las dos bandejas que llevaba en la mano y ésto último dicho, me dejaron claro quién era. 
    
    No me vio, así que siguió a lo suyo. Llevó a las dos bandejas al centro de la gran mesa de madera oscura, larga y fina, que adornaba la habitación. Las dejó cerradas, pero sólo con ver la plata de las tapas y el dulce olor que salía concentrado de la habitación continua me recordaba la tremenda hambre que tenía. 
    
    Pero el hambre quedó olvidada un momento cuando lo oí. El chico, que seguía espaldas a mí, estaba tarareando. Con una voz honda y a la vez fina. Versátil, danzaba entre las notas como si el tararear fuera tan fácil para él como respirar. Esa cadenciosa melodía que yo recordaba tanto. Una dulce lección, un tema precioso, un recuerdo más de mi abuela: 
    
    
    
    
    Mientras veía como su espalda se movía una y otra vez de un extremo a otro de la mesa, ordenando de aquí para allá la mesa, a lo suyo, él seguía entonando con 'na' todas esas notas que componían la canción. Y, aunque él no lo notara, aunque a vosotros os parezcan unas dulce música que debería ser entonada siempre, para mí eran como pequeñas flechas envenenadas, lanzadas una a una directamente hacia el corazón. 
    
    --- ¡Oh! ¡Buenos días, señorita Nouva! --- Gritó una voz. Mis hombros, ahora un poco temblorosos, se encogieron por el sobresalto. Giré la cabeza en pos de esa voz, que me hablaba desde dentro de la habitación. Noté como el chico paraba de tararear. --- ¿Le apetece comer algo? --- Siguió.--- El señor nos avisó de que seguramente tuviera hambre al despertar, así que tenemos su almuerzo preparado, y aún caliente. 
    
    A medida que hablaba, el hombre se acercó a la puerta, y pude distinguir su figura entre la humareda que envolvía los fogones, y toda esa gente que adentro había. Aún así, su rostro sonriente y arrugado no me recordaba a nadie. 
    
    --- Eeeh.. Sí. --- Mi garganta estaba cerrada, negada a dejar salir alguna palabra.--- Tengo mucha hambre, y agradecería el almuerzo. Muchas gracias por las molestias.
    
    --- No diga tonterías.--- Dijo, con un tono jocoso y una sonrisa aún más ancha. Juntó las gruesas manos, dando una palmada, y las frotó mientras se dirigía de nuevo a la cocina. Me percaté de que su uniforme era totalmente blanco, no como el de Nar, ni como el chico que.. 
        
    El chico que conoce mi canción. 
    
    
    --- Señorita, ¿No estaría más cómoda esperando el almuerzo sentada en la mesa? --- Dijo una voz a mi lado, volví a sorprenderme. 
    
    Alcé la vista, y unos ojos de un marrón claro me asaltaron. Eran enormes. Unos espejos, nítidos y claros, del color del chocolate, me miraban de unos centímetros más arriba. Cerca, demasiado cerca para estar cómoda, me aparté.     
    
   El miró hacia otro lado, encogiéndose un poco de hombros, recitando un educado 'Como desees'. Pero su sonrisilla irónica me descolocó un poco. 
    
    Sé lo que pensáis. Amor, flechazo, todo lo que queráis. Era guapo, y supongo que era normal el sentir un poco de vergüenza al tenerlo tan cerca y mirándome tan directamente. Pero no, no me gustaba. Para nada. Dejadme que me explique: 
    
    --- ¿Dave? --- Susurré. Noté como mi mandíbula caía al suelo. Casi literalmente. 
    
    Su sonrisilla irónica se convirtió en una burlona en toda regla. 
    
    --- Pensaba que no te darías cuenta en la vida, luciérnaga. --- Dijo, y me envolvió en un gran abrazo de oso. Unos de esos que te levantan del suelo, te exprimen todo el aire que llevas en los pulmones, y te sacan una sonrisa de pura felicidad. 
    
    Dejad que os presente. Dave era .. Bueno, no sé bien como explicarlo. Era, más o menos, como Mady. Dave era el hijo del jardinero, el cual tenía sus dependencias en el bosque. Era mi mejor amigo de la infancia, pero tenía una cosa que lo separaba de la pequeña pelirroja: La profundidad de la amistad. Por mucho que quisiera e intentara Mady, nunca llegaría a tener la complicidad que yo tenía con Dave. La química. Dave era, más o menos, una copia algo más oscura del Ron que ya conocéis. Pero claro, Ron no me toca tanto como lo hace él. Dave tiene todo el derecho del mundo a hacerlo, no puedo ni contar las veces que me salvó de las sombras. 
    
    Me soltó demasiado pronto, porque mi sonrisa era enorme, igual que la suya. 
    
    --- Dios.. ¡Estas enorme, Dave! ¡Has crecido un montón! --- Exclamé, mirándolo aún más pasmada que antes. 
    
    Se encogió de hombros, sin parar de sonreír. Parecía más alto que Nathaniel, y eso que éste ya me sacaba media cabeza. Estaba.. como un armario, joder. El cuerpecillo fino y fibroso que poseía cuando me fuí no era nada comparado con lo que era ahora. La piel morena cubría un cuerpo del mismo acero que tenía su padre, siempre trabajando en el campo. Por un momento, me sentí más pequeña de lo que por sí yo ya era. 
    
    Sin decir palabra (Algo raro en él, es muy hablador), me condujo con un brazo hacia la mesa, y ví que allí ya tenía preparado un arsenal digno de un restaurante de postín, aunque yo solo quería un tenedor y una cuchara. El estómago me dictaminó que me sentara de una vez. 
    
    Lo miré con la interrogación en los ojos, y él se encogió de hombros de nuevo, y señaló con el mentón a la puerta de entrada. 
    
    --- Nathe me dijo que teníamos que tenerte preparada la comida. Habría tardado un poco más en prepararte la mesa, pero tus pasos de cerbatillo malherido se escuchan a tres kilómetros a la redonda. --- Comentaba, con una sonrisilla burlona mientras me servía agua fresca. 
    
    Fruncí el ceño. 
    
    --- Me duele el pie porque me caí en el bosque, por eso hago ruido. --- Dije de mala gana, mientras él seguía preparando lo suyo. 
    
    Busqué con la mirada algo que llevarme a la boca, y mi estómago se contrajo con la emoción. Había bandejas por doquier, con frutas de todo tipo. Además, también había zumo, que Dave se había encargado de echar en otro vaso. Una pila de tortitas con sirope de fresa, el plato que tanto le gustaba preparar a mi ma.. A Angelique. Y dulces, tartitas, nata para untar en la fruta, pan tostado con mermelada, huevos.. Había comida para un regimiento, toda para mí. Adelanté la mano para servirme las tortitas. 
    
    ---- ¿Te duele mucho el tobillo? --- Dijo Dave, de repente. Cogió los cubiertos de mis manos para servirlas por mí. Volví a fruncir el ceño. 
    
    --- Nah, no tanto. Sabes que soy fuerte. --- Me limité a contestar, aunque fuera mentira. Caminar rápido había hecho que ahora me palpitara un poco, pero era perfectamente soportable. Mi cuerpo prefería la comida al dolor. 
    
    --- No deberías haber ido, ¿sabes? 
    
    --- ¿Adohdeh? --- Dije con la comida en la boca. Eso le arrancó una sonrisa, cosa que me alivió un poco. Lucía preocupado, y no me gustaba. 
    
    --- Al bosque. No deberías haber ido al bosque, y menos sola. Ya no es lo que era antes, Abby. Tienes que tener cuidado con esas cosas. Violetta ya no está aquí para mantenerlos a raya. --- Mientras hablaba, seguía sirviéndome cosas, a medida que yo las engullía casi sin respirar. 
    
    --- ¿Mantener a raya a quienes? --- Pregunté por preguntar. Los huevos estaban riquísimos. Y las uvas con queso aún más. 
    
    Tardé en darme cuenta de que Dave se había quedado callado, mirándome. Cuando alcé la vista su bonita cara estaba fruncida en un ceño demasiado hondo para que me gustase. 
    
    --- ¿Qué pasa? --- Gruñí, parando de comer. 
    
    --- ¿No te lo ha contado?
    
    --- ¿Quién? ¿El qué? 
    
    Me miró y su expresión parecía dejar a las claras que se le escapaba algo. 
    
    Y así, de repente, dejó los cubiertos encima de la mesa y salió de la habitación con un '¿Qué coño está haciendo ese gilipollas?' murmurado en los labios. Tan rápido como una exhalación, sólo pude llegar a ver la falda de atrás de su chaqueta antes de que saliera por la puerta. 
    
   ¿Qué demonios pasa aquí?
    
    
    

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