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martes, 28 de agosto de 2012

· Capítulo 5: Nathaniel y sus ojos. [Segunda parte]

           
           
           
   [ Megadeth - Promises. ] 
    
    
    
    Creo que pude dormir un poco entre hipo e hipo. 
    
    Recuerdo algunas partes en las que cerraba un poco los ojos y me concentraba en el dulce olor de la bandeja que descansaba a los pies de mi enorme cama, dónde yo la había dejado. Allí, emanando calor y vapor como solo un plato recién hecho podía hacerlo, a mis pies, era lo único que podía calmarme. Y no porque tuviera hambre, no, si no por el simple hecho de tener algo más en lo que pensar. 
    
    Sea como sea, entre cada 'parpadeo' que daban mis ojos, el calor del plato que había en mis pies se hacía cada vez más leve, y el sol se iba ocultando más y más tras el bosque que bordeaba aquella maldita cárcel. Y entre 'parpadeo' y 'parpadeo' había una pequeña pausa negra. Un sueño sin sueños. Un pequeño descanso para mi cerebro, extasiado, después de estos dos agotadores días. 
    
    Y estuve entre cabeceo y cabeceo hasta que el hipo remitió, mis sollozos se calmaron, y mis lágrimas pensaron que necesitaban vacaciones. Cuando mi mente estaba demasiado embotada como para pensar, pude dormir. Y desde ahí, ya no sé cuanto tiempo dormí. 
    
    Noté con vaguedad que Mady entraba y quitaba la bandeja de plata que tocaba la punta de pie dolorido. Noté como corría las cortinas por la mañana. Noté como un par de mayordomos me metían en la cama y me tapaban con las mantas. Observé y observé, pero estaba tan cansada que nunca conseguía aguantar despierta hasta el momento que dejaban la habitación. 
    
    También noté que me despertaba cada dos por tres, y por tonterías. Me desperté por que una corriente de aire que entró por el ventanal abierto meneó unos mechones cobrizos de mi pelo a mi rostro. También me desperté porque oí unos pasos tras la puerta, y porque la manta que tenía sobre mí me hacía cosquillas en el tobillo. Notaba que no podía dormir a pierna suelta, por mucho que quería. 
    
    Y aunque durmiera poco, seguía teniendo sueños. 
    
    Unos eran tan cortos como mis tiempos de sueño. La mayoría eran tonterías, cosas sin sentido. Mi habitación arcoiris a la luz de la Luna, la última vez que la vi. Ron sonriéndome de esa manera tan cariñosa. Plumas con sangre cayendo del cielo en gran cantidad, acariciándome y manchándome de color borgoña. Nïr abrazándome con sus pequeñitos brazos. Alex pasándome una nota en mitad de la clase. Cosas sin sentido, sin fundamento. Cosas que mi cerebro inventaba mientras, supongo, intentaba reordenar la enorme maraña de pensamientos que lo componían en este momento. 
    
    Así que, después de un montón de pequeños sueños sin fundamento, no me esperaba eso que vino después. 
    
    Era un lugar oscuro, muy oscuro. Lo recordaba, yo había estado ahí. Los arboles altos, las raíces crispadas, el silencio brumoso. Sólo las estrellas iluminaban con su tenue luz el estrecho sendero del bosque que tenía a pocos metros de mí. Mi abuela no estaba, me había perdido. Era una idiota. Lo sabía, sabía que no debería haberme alejado de la casa de las hadas. Lo sabía.. 
    
    Pero es que tenía que hacer pipi, jopé.
    
    Me sorprendo un poco al oír como me recrimino a mí misma. Mi voz chillona y dulzona me atrae aún más recuerdos, muchas más sensaciones. Me había alejado del camping para hacer pis, ahora lo recuerdo. Aunque eso no me trae ninguna satisfacción. 
    
    Abby.. ¿Lo oyes? Son ellas. 
    
    Y ahora me veo a mí misma caminando detrás de mi yo pequeña. Puedo ver mis manos y mis pies, puedo controlarlos. No es como los otros sueños en los que me limito verlos como si fuera una cámara. No, puedo sentirlo todo, incluido de lo que la pequeña niña de ojos verdes que tengo delante de mí se refiere. 
    
    Las sombras.. Están detrás de nosotros. Las noto grandes y gruesas. Me esfuerzo por concentrarme y hacerlas desaparecer tal y como nana me enseñó. Pero el ruido de la flora marchitándose y desintegrándose a su paso me distrae, y de pronto me siento pequeña y débil. Me siento tal y como se parece la niña que me guía, con esa pequeña mueca de miedo y su temor en aquellos grandes y redondos ojos. 
    
    Si, recuerdo esto. Recuerdo como me asustaban las dichosas sombras. Como se esforzaban en seguirme a todas partes, y como me ponía a llorar nada más verlas. En aquel entonces, cuando aún no tenía la fuerza suficiente para controlarlas, sólo nana me ayudaba y me protegía. Recuerdo lo mucho que lloré esa noche. Bueno, ESTA noche. Miro con el ceño fruncido el pequeño cuerpo menudo de la chica, que clava la mirada en el infinito con determinación. 
    
    Abby.. ¿Por qué no lloras?  Me atrevo a preguntarle. 
    
    La chica sigue andando, sin hacerme caso, con los bracitos marcando el paso de su andar de forma decidida y constante. Toda ella era determinación y fuerza. 
    
    ¿Abby? ¿Me escuchas? 
    
    Siguió ignorándome. 
    
    Incapaz de hacer otra cosa, seguí andando y esforzándome en el intento de mermar un poco el poder de las sombras que nos rodeaban. Era inútil. Me sorprendí al ver que en vez de menguar, se multiplicaban. 

    Entonces escuché los sollozos. 
    
    Miré a la pequeña chica de cabello oscuro y cuerpo menudo que se había arrodillado frente a mí, en el frío suelo del bosque. Sus bracitos se abrazaban la cabeza mientras sollozaba y sollozaba. Craso error, pues era de eso de lo que se alimentaban las sombras. Fruncí el ceño y me concentré aún más en eliminar las sombras que se cernían, ya, sobre nosotras. 
    
    Ha muerto.. ¡Nana ha muerto! 
    
    Quedé paralizada al oír ese comentario. Mis brazos cayeron inertes a mis costados, mi mirada dejó de concentrarse en la sombra que tenía a mi lado, para pasar a dispersarse en lágrimas. Y mi boca.. mi boca pasó de ser una mueca decidida a sonrisa triste. Y ahí fue cuando lo sentí. Cuando sentí todo el dolor que aquella pequeña encerraba en su pequeño cuerpecito. 
    
    Todo el sufrimiento, toda la soledad. Todo aquel dolor traspasó su cuerpo para infectar el mío, para arañar aún más la piel de mi despellejado corazón y tintarlo del color acre de la putrefacción. Porque yo ya no tenía corazón, oh, no. Yo sólo tenía un amasijo de carne rota y doliente, el cual mi alma había intentado vendar con los pocos jirones de lo que quedaba de sí misma. Intentando salvarlo por todos los métodos posibles, pero sin darse cuenta de que aquello ya era imposible de salvar.
    
    --- ¡ABELLE! --- Gritó una voz, zarandeándome de un lado hacia otro con energía. 
    
    Cogí aire con fuerza y abrí los ojos lo máximo posible. Notaba en el ardor de mi garganta que estaba gritando. Paré en seco, pero grité de nuevo al ver que aún seguía en aquel maldito bosque. 
    
    --- Abelle, abelle. Shh, shh.. Así, sí. Mírame. ¿Ves? Estoy aquí. --- La voz dulce me susurraba mientras me acariciaba el rostro. Pero yo no lo miraba. 
    
    Repasé la mirada por todo mi alrededor. Los árboles oscuros y sinuosos habían sido remplazados por las paredes blancas de mi habitación. Y aunque la noche caía sobre ellas, brillaban y resplandecían en la oscuridad. No había ninguna sombra, ninguna. Tampoco estaba mi yo pequeña, llorando, en mitad del bosque.
    
    Alcé la mirada hacia el rostro que se cernía sobre mí. Era Nathaniel, y su piel suave y pecosa se estiró en una leve sonrisa aliviada al ver como mi respiración se iba ralentizando. Deslizó las manos por mi rostro por un segundo, las apartó, y se sentó de nuevo en la butaca de esta mañana. ¿O era ayer por la mañana?
    
    ..Entonces fue cuando me dí cuenta. El dolor, el frío, la soledad, todo había desaparecido. Sólo quedaba el sueño y el enorme cansancio de aquel sueño agotador. 
    
    Nathaniel me cogió una de las manos. Me crispé de la sorpresa, aunque también me percaté de que esa mano la tenía más templada que la otra, y que posiblemente llevaba toda la noche con esa mano entre las suyas. Alcé la vista hacia sus ojos, y sonreí levemente. 
    
    --- Cuando estoy contigo, me olvido del dolor, ¿sabes? --- Susurré, apenas consciente de lo que decía por estar recién despierta. Una sonrisa se deslizó entre mis labios, era la primera vez en días que sentía ganas de sonreír. --- Eres como un buen analgésico. 
    
    Él apretó los dedos, y los deslizó aún más fondo entre los míos. No dijo nada. 
    
    Pasaron los segundos, los cuales disfruté como si se trataran de puro oro. La sensación de tranquilidad, de plenitud, de felicidad.. Bueno, felicidad no, no sentía felicidad. Pero tampoco sentía tristeza. Era lo justo para estar relajada. Lo justo para poder dormir..
    
    --- Eh, tú.. --- Susurró. Abría los ojos lentamente, frunciendo el ceño. Me removí entre las mantas. --- Vamos, despierta y come algo. Llevas un día entero sin comer. 
    
    No tengo hambre.. Susurré en mi interior. 
    
    Él volvió a susurrar algo y a tirar de mi mano. Gruñí y escondí mi cabeza bajo las mantas. Oí una pequeña carcajada y un leves suspiro, antes de volver a quedarme dormida, maravillada por ese estado de paz, tanto mental como emocional. 
    
    
    
    
    Dormí mucho más. Bueno, mucho más de lo poco que había dormido antes. 
    
    Desperté renovada y despejada después de un largo sueño sin sueños. Me estiré un poco, aún entre las mantas, y hice una pequeña mueca al notar el leve dolor de tobillo que tenía aún. Pero eso sólo era una pequeña sombra en la blanca felicidad que nublaba mi mente. Y sí, ahora era felicidad. 
    
    Noté que tenía la mano presa en algo. Abrí los ojos, con curiosidad, y ví que los dedos de Nathaniel aún rodeaban los míos. Pero él estaba dormido, con la cabeza ladeada a un lado, medio apoyada sobre su hombro. Fruncí el ceño y tiré de su mano. 
    
    --- Oye, levántate. Dormir así tiene que doler.. --- Susurré. Abrió los ojos al instante, y me sorprendí mirando embelesada aquel brillo violeta a la brillante luz del día que entraba a raudales del ventanal. 
    
    Tenía el pelo negro alborotado, y el leve gruñido que soltó al enderezar el cuello me demostró lo que ya sabía. Sonreí un poco al mirarlo, sacando las piernas de las mantas. 
    
    --- Eh, eh, eh, ¿Qué haces? --- Dijo, con voz ronca por el sueño. Paró mis movimientos con una mano, y me obligó a volver a tumbarme en la cama. --- No puedes levantarte. 
    
    Oh, genial. Vuelta a las órdenes. No podía hacerme esto, no cuando estaba tan despejada y feliz. Joder, me había pasado toda una noche llorando, ¿Y seguía dándome órdenes? ¿No tenía corazón? 
    
    Él me miró con un amago de sonrisa en los labios, y me apartó un par de mechones castaños de la cara. Enrojecí al instante, por mucho que me jodiera admitirlo. El movimiento me pilló por sorpresa. 
    
    --- ¿Cómo has dormido? --- Preguntó, con una cadencia suave en la voz. 
    
    --- Mejor que tú. --- Contesté, riéndome. 
    
    Él asintió y sonrió un poco. Pero no paró de mirarme, en todo momento. Y tenía un extraño brillo en los ojos que no supe identificar.. ¿Amor? No. Era más parecido a la .. ¿Adoración?
    
    Volví a enrojecer. 
    
    --- Abby.. --- Susurró. Ahora su mirada era más severa. --- ¿Puedo pedirte un favor?
    
    --- Claro. --- Contesté, perpleja. Aún notaba cosquillas en el lugar de mi rostro donde sus dedos habían tocado mi piel. 
    
    --- ¿Puedo dormir en tu cama? 
    
    Fruncí el ceño, pero después asentí. Comencé a salir de las mantas de nuevo. 
    
    --- No, no. --- Susurró. --- Me refería a meterme en la cama. Contigo. 
    
    ¿Qué? 
    
    --- ¿Por qué? --- Contesto, con las cejas demasiado alzadas para aparentar la normalidad que quiero aparentar. 
    
    Nathaniel gira un momento la cabeza. Después vuelve a mirarme, y sonríe un poco, encogiéndose de hombros de una manera un poco exagerada. 
    
    Pero un segundo después acercó su rostro a mí (más de lo que ya estaba), y me susurró en tono conspirador: 
    
    --- Celine se enfadará si ve que vuelvo a mi habitación a estas horas, no puedo arriesgarme a encontrármela en los pasillos. --- Me miró y sonrió, como si me acabara de decir la clave de la inmortalidad. 
    
    Puse los ojos en blanco, aunque en el fondo me sorprendía aquel lado juguetón de 'El señor de la casa.' Y no pude negarme, por supuesto. Asentí, a la vez que Nathaniel me daba un apretón en la mano que tenía entre las suyas. Fruncí el ceño, ya que no recordaba como había llegado ahí. 
    
    Y antes de que me diera cuenta, ya tenía su pecho pegado a mi espalda, y un brazo sobre mi vientre.  Acomodó el brazo restante bajo mi cabeza, y sonreí un poco al ver como entrelazaba las dos manos delante de mi. Sonreí.. pero en realidad estaba como un tomate. Mis mejillas estaban ardiendo, y notaba el brillo de la incandescencia en mi cuello. 
    
    Pero poco a poco aquel sentimiento se fue, y aquella característica tranquilidad que me transportaba y rodeaba Nathaniel fue relajándome y relajándome, como una nana. Su piel, ligeramente más fría que la mía, me refrescaba bajo las mantas; y la cadencia constante de su respiración acariciaba mi pelo. El mentón que tenía sobre mi coronilla me hacía sentirme segura y querida, al igual que el resto del abrazo. 
    
    No pude evitar recordar el último abrazo que me dieron, y sentí una punzada de pesar al pensar en Ron, pero mucho más leve de lo que sentiría al estar lejos del alcance de Nathaniel. Todas las malas emociones se veían menguadas, acorraladas contra las paredes de mis nervios, dejando paso a las más agradables. 
    
    --- Nathaniel.. ¿Cuanto llevo durmiendo? --- Pregunté con curiosidad, agarrándome a su brazo. 
    
    Esperé, pero no recibí respuesta. El brazo inerte que caía sobre mi cintura demostraba que ya se había dormido, y que además, dormía como un tronco. 
    
    No pude evitar sonreír estando en aquel estado emocional en el que estaba. Dí media vuelta y abracé la cintura de mi nuevo tutor, apretando la cara contra su pecho. Ya puestos, estando tan bien como me encontraba en este momento, podía dormir un poco más, ¿no?
    
    Cerré los ojos y me dejé llevar por la soñera que pendía de mí. Ya no tenía miedo a que sueños poblaría mi mente mientras descansaba aún más. 
    
    
    
   

viernes, 24 de agosto de 2012

· Capítulo 5 : Nathaniel y sus ojos. [Primera parte]

  
  [ Megadeth - Trust. ]
  
  
  
  
  · Capítulo 5: Nathaniel y sus ojos. 
  
  
  Abby Nouva.
  
  
  
  Puede que no me importara nada la marcha de mis padres pero el dolor persistía en mi pecho. 
  
  Un dolor hondo, pesado y conciso. No dejaba lágrima escondida tras mis ojos sin salir, no dejaba a los sollozos acurrucarse en lo poco que quedaba de mi cordura, sin forzarlos a escapar de mi garganta. Era un dolor tan certero, tan realista, que mi mente no era capaz de pensar en otra cosa. Un dolor profundo en mitad del pecho; empujando mis pulmones hasta que no podía respirar, apretando mi estómago hasta casi hacerme vomitar. 
  
  Pero ese no era el peor sentimiento. Lo pero era aquella soledad infinita que rodeaba con frialdad todo mi alrededor. Congelaba mi piel y mis lágrimas. Marchitaba mis ganas de seguir respirando entre sollozo y sollozo. La intensidad de ambas sensaciones parecían combatir y pelear entre ellas, probando quién podía hacer más daño, quién podía rajarme más por dentro, era horrible. 
  
  Debido a la tos, las lágrimas y el temblor de mi cuerpo, no pude dormir lo más mínimo. Me despertaba cada cinco minutos, más o menos, para cerrar los ojos de nuevo e intentar relajarme. Sin éxito. Podía sobrevivir sin mis padres. Podría sobrevivir sin mis amigos.. Pero aún no había superado la muerte de mi abuela. 
  
  ¿Y me quedaría aquí hasta la mayoría de edad? ¿Sola, en mitad de la nada? ¡Ni siquiera me dejaban salir al bosque, joder! La parte de estar sin mis padres me la traía fresca.. Pero, ¿Y Ron? ¿Y Alex? ¿Y Nïr? ¿No los volvería a ver hasta que saliera de aquella maldita cárcel? Fruncí el ceño, al pensar por primera vez en esa posibilidad. Instantáneamente, otro peso más se añadió a mis hombros, ya de por sí hundidos. Una nueva razón para avivar las lágrimas, genial. 
  
  La puerta chirrió, y mi respiración se cortó. Era una gilipollez, pero no había pensado en que alguien podía escucharme llorar. Estaba de espaldas a la puerta, en una posición más bien fetal. Por un momento, me alegré mucho de estar en esa posición. Odio llorar delante de la gente. 
  
  --- Señorita Abelle. --- La voz dulce y titubeante de Mady inundó la sala. Mis hombros se relajaron un poco, y me volví en la cama. Ella sonrió y se acercó. Tenía una bandeja sobre las manos. --- Le traigo el almuerzo, el señor consideró que no querría bajar a almorzar en compañía. 
  
  Asentí un poco y me incorporé entre las mantas. Ella dejó la bandeja sobre mis piernas en silencio, esforzándose por no mirar mis ojos hinchados. 
  
  --- Mady, ¿Por qué me llamas señorita Abelle? --- Inquirí. Mi voz estaba un tanto ronca, fruncí el ceño. 
  
  --- Me dijeron que cuando vinieras de nuevo, estarías distinta a como eras cuando te marchaste. Creía que te debería tratar como tal. --- Y se encogió de hombros. 
  
  Fruncí aún más el ceño. 
  
  --- ¿Quién te dijo eso?
  
  --- Violetta.. --- Susurró. Bajó la mirada hasta sus manos unidas. 
  
  --- .. Murió. --- Susurré, a mi vez. Mi mente aún no lo creía. Las lagrimas presionaban tras las cuencas de los ojos, luchando por salir. De nuevo. 
  
  --- Difícil de creer.. ¿Verdad? --- Dijo Mady. Noté un pequeño temblor en mi voz. 
  
  Asentí, mirando el plato que tenía sobre los muslos, pero en realidad sin ver nada. 
  
  Mady se movió. Empezó a recoger ciertas cosas de la habitación. Una camisa por allí, un trozo de papel por allá.. Alisó un poco la manta que me cubrían las piernas, y cerró los ventanales que habían quedado abiertos toda la tarde. Me fijé en el exterior: Estaba anocheciendo ya. Pasó delante de la butaca en la que esa misma mañana Nathaniel había estado sentado, y recordé lo que había visto anoche antes de dormir.. 
  
  Pero entonces me callé. ¿Unas plumas negras con sangre? Seguro que había sido un sueño. Además, no había rastro de plumas, ni de sangre. No hay nada. Me relajé y aparté un poco la bandeja con comida para hacerlo. 
  
  Mady puso una mano en mi frente y me cogió las muñecas para examinarlas. Casi no me dolían, pero el tobillo me estaba matando. Y ella parecía saberlo, incluso sin tocarlo. 
  
  Me dedicó una sonrisilla lastimera y se dispuso a salir de la habitación en silencio. Pero entonces paró, y señaló la bandeja que había sobre mis muslos y decía: 
  
  --- El señor me ha mandado no quitarte el plato hasta que comieras al menos las tres cuartas partes de él. Y que te prohíba salir de la habitación. --- Vió como ponía los ojos en blanco, bufando. --- Parecía enfadado, Abby. --- Susurró.
  
  Yo sonreí. 
  
  --- Me gusta más Abby. Señorita Abelle es demasiado raro. 
  
  Ella correspondió mi sonrisa, se despidió con una expresión cariñosa y cerró la puerta. 
  
  Mi sonrisa se descompuso y dejé caer las lágrimas que llevaba aguantando todo este rato. Aparté el plato, ya que mi estómago estaba tan retraído que no cabría un alfiler. Era una tontería intentar meter algo en él, además de arcadas seguras. Sólo quería tumbarme y descansar. Y llorar. Sola. 
  
  

jueves, 23 de agosto de 2012

· Capítulo 4: Nadie. [Tercera parte]


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   [ Megadeth - Trust ]
   
   
   
   Que no podía ir al bosque ... ¡Já! Estaban locos si creían que yo aguantaría sin salir de aquella casa tan solo una hora más. Buscaría a ese 'primo' mío, el señor pequitas, hasta debajo de las piedras sin fuera necesario. No tenía ningún derecho a negarme nada. Absolutamente nada. 
   
   Recorrí el primer piso con paso rápido y certero, acompañado de un rostro que rezumaba determinación por todos los poros, a pesar del dolor que recorría mi cuerpo por cada tramo que andaba. En el tobillo no quedaba ni un gramo de analgésico, eso estaba claro, pero no iba a dejar que me encerraran por esa idiotez. Con torcedura o sin torcedura, aún podía andar. 
   
   Pero ese maldito chaval no estaba en ningún lado. En ninguna de las salas del primer piso de la mansión. Ni en el salón. Ni en la biblioteca de la planta baja. Ni en la habitación de invitados. Ni en la sala de estar. Ni en ninguna de las habitaciones para invitados que ahí había. Ni en la entrada. Ni en la terraza. Y, desde la terraza, pude ver que tampoco estaba en el jardín (no me dejaron salir para comprobarlo). 
   
   Ya era un drama andar con aquel dolor por toda la enorme planta baja. ¿Tenía también que subir escaleras? Miré con el ceño fruncido el enrome tramo de madera oscura y peldaños que tenía delante. Era una escalera grande, bonita y muy pulida. Y jodídamente alta. Por un momento mi determinación se vino abajo.. 
   
   --- ¿Qué haces aquí? --- Murmuró. 
   
   Los hombros se me tensaron y mi corazón dio vuelta y media dentro de mi pecho, antes de intentar a echar a correr por el susto que me había dado. Me volví para observar un rostro lleno de pecas, y esos ojos violetas. Fruncí el ceño. 
   
   --- Te estaba buscando. Quiero que le digas a todos que qui.. 
   
   --- ¿Qué haces aquí, Abby? --- Inquirió, con el entrecejo profundamente fruncido. Su tono era autoritario, y la mueca que tenía en el rostro hacía parecer aquella cara tan aniñada que tenía en una mucho más mayor. 
   
   --- Te lo he dicho. Te estaba buscando.. --- Contesté, con un hilillo de voz. 
   
   --- ¿No te dije que no salieras de tu habitación? Estás magullada. Tienes que reposar. Vamos. --- Se adelantó, me cogió por el codo, y me empujó con paso rápido hacia mi habitación. Una calma increíblemente intensa hizo que mi corazón dejara de latir tan fogosamente, y que mis mejillas dejaran de arder de forma incontrolable. 
   
   --- No.. No quiero. Oye, tú, escucha. No quiero. --- Dije, y aparté mi brazo de un tirón.--- Quiero salir de aquí. Llama a alguien para irme a casa. 
   
   --- Esta es tu casa, Abby. -- Y lo dijo con un tono tan tranquilo y sencillo que parecía estar hablando con un retardado. 
   
   --- No. Aquí no tengo amigos, ni familia. Aquí estoy sola. Esto no es un hogar. 
   
   Él parpadeó, y el pequeño ceño que se había formado en aquel extraño rostro inexpresivo se disolvió en una milésima de segundo. 
   
   De repente, se alejó en silencio y se dirigió sin decir nada a la butaca más cercana, suspirando. 
   
   Me dí cuenta de que estaba más pálido que antes, cuando estaba hablando conmigo en la habitación, y que tenía un ligera capa de sudor en el rostro y en las manos. Su mirada perdida no parecía muy despierta. 
   
   --- ¿Quieres volver a la otra casa, Abby? --- Murmuró, repentinamente. 
   
   --- Quiero volver a ver a la gente que me importa. Aquí no tengo nada que hacer. --- Mi voz sonaba mucho más tranquila de lo que estaba en realidad. 
   
   --- Tus padres se han ido, Abelle. --- Alzó la mirada, y la clavó en mis ojos. --- Se han ido para no volver. 
   
   Me encogí de hombros. Sin pensarlo, sin mostrar ningún signo de pena ni de debilidad. En lo más profundo de mi corazón quizá les tuviera un poco de cariño, pero la verdad era que no me importaba lo más mínimo. Era comparable a lo que puedes sentir por un vecino, o un amigo de un amigo. 
   
   Pero él no sabía la relación que teníamos mis padres y yo, y eso pareció cohibirlo. De todas formas, no dijo nada y siguió mirando hacia delante. 
   
   --- Tenemos que hablar de cosas serias. ¿Podrías sentarte, por favor? 
   
   Aquella forma de expresarse tan cortés me ponía de los nervios. Puse los ojos en blanco aprovechando que no me miraba, mientras que me sentaban en una de las butacas de la gran sala que tenía él delante. Detrás de él estaba la biblioteca del piso de abajo; y, detrás de mí, el piano. 
   
   --- Me han encargado tu tutela, Abby. Eso significa que soy tu tutor, la persona que tendrá que cuidarte hasta tu mayoría de edad, la persona que responde por ti, que te tiene a su cargo. --- Decía las palabras pausadamente y de forma tan fluída que parecía que las había ensayado un millar de veces. Pero eso no era lo que importaba.. 
   
   Parpadeé un par de veces. 
   
   --- En realidad, la tutela iba a recaer en nana, Violetta. Pero debido a su muerte, tu tutela recayó en mí. --- Continuó. Ni siquiera se dignaba a mirarme. Apreté mis dedos con fuerza. 
   
   Yo.. ¿Qué era yo? ¿Un bien que se pasaban toda mi familia, de mano en mano, porque nadie quería hacerse cargo de mí? ¿Por qué mis padres no querían que viviera con ellos? ¿Por qué mi tutela era de la abuela, si mis padres estaban perfectamente cualificados para cuidarme? ¿Y, por qué había acabado bajo el cuidado de aquella persona desconocida? 
   
   Bajé la vista a mis manos, y al hacerlo las lágrimas que se habían acumulado en mis ojos se desbordaron y cayeron, mojando mis dedos. Fruncí el ceño y suspiré. 
   
   --- ¿Sabes? Sabía que no me querían, pero nunca pensé que mis propios padres llegaran al extremo de dejarme tirada otra vez. --- Sonreí de manera nerviosa, aguantando todo lo que podía las lágrimas. Mi cuerpo luchaba por expulsarlas con todas sus fuerzas, con la esperanza de que la soledad se fueran con ellas, pero yo sabía que eso no iba a pasar. Además, nunca lloraría delante de este desconocido. --- Siento que hayas acabado cargando conmigo, nada de esto es culpa tuya. No debería haber nacido, y nadie tendría un problema ahora. --- Alcé la vista, sonreí de la forma más natural posible, e hice como si mis lágrimas no estuvieran ahí, nublandome la vista. Nathaniel me miraba con una expresión insondable en el rostro. ---- Y, tranquilo, no te causaré ningún problema más. 
   
   Me levanté de la butaca y luché por salir de ahí con la cabeza lo más alta posible. Pero desistí en cuanto le di la espalda, pues entonces mis lágrimas se desbordaron por mis ojos. Una tras otras, sin control. 
   
   Para cuando llegué a mi habitación, mi respiración nerviosa se había convertido en un sollozo en toda regla. Las lágrimas que antes caían de una en una, casi ordenadamente, ahora se desbordaban todas a la vez, haciendo que mi rostro quedara empapado. 
   
   Me senté en el suelo y apoyé la espalda en la cama grande que había. Me dejé llevar, total, a nadie le importaba que me sintiera como una mierda. Lloré, lloré y lloré. Lloré hasta que mis ojos se hincharon y enrojecieron hasta límites increíbles. Lloré hasta mi garganta quedó reseca e inservible. Lloré hasta que mis pulmones dolían y escocían. Lloré hasta que sentí que mi cuerpo y mi mente habían aceptado la idea de que no tenía a ninguna persona en mi familia que me quería. A ninguna. Porque la única que me quedaba, estaba muerta. 
   
   Sólo entonces, me levanté y deshice la pequeña bola que había hecho mi cuerpo para llorar. 
   
   Miré por la ventana. A juzgar por el color apagado de la luz del sol, hacía rato que había pasado la hora de comer. Llevaba llorando horas. 
   
   Me quité los pantalones y los zapatos, y me metí en la cama para dormir un rato. Mi cuerpo no se había acostumbrado a la idea de la muerte de mi abuela y aún lloraba, había quedado exhausto después de esa segunda ráfaga de emociones, aunque no fuera ni la mitad de fuerte que la anterior. 
   
   Me acomodé bajo las mantas, me tumbé hacia un lado y intenté dormir con todas mis fuerzas. 
   
   Pero entonces vi las dos plumas largas y negras en el suelo. Y ese pequeño charco de sangre que había a su alrededor. 
   
   
   
                              Fin del capítulo. 
   
   

miércoles, 22 de agosto de 2012

· Jax, el enamorado de la Luna.

  
   
   El temor de un hombre sabio. 
   
    Capítulo 86. El camino roto. 
   
   [Página 685 - 688; Página 710 - 717]
   
   
   
   Una vez, hace mucho tiempo y muy lejos de aquí había un niño llamado Jax que se enamoró de la Luna. 
  
   Jax era un niño extraño. Un niño serio. Un niño solitario. Vivía en una casa vieja al final de un camino roto. Cualquiera que viera a Jax se daba cuenta de que aquel niño no era como los demás. Nunca jugaba. Nunca corría por ahí armando alboroto. Y nunca se reía. 
   
   "¿Qué se puede esperar de un niño que vive solo en una casa rota al final de un camino roto?", decía la gente. Algunos opinaban que el problema era que nunca había tenido padres. Otros aseguraban que tenía una gota de sangre feérica en las venas y que eso impedía a su corazón conocer la dicha.
   
   Jax tenía mala suerte, eso no podía negarse. Cuando conseguía una camisa nueva, se le hacía un agujero. Si le regalaban un dulce, se le caía al suelo.    
   
   Algunos afirmaban que el niño había nacido con mala estrella, que estaba maldito, que había un demonio que habitaba su sombra. Otros sentían lástima por él, pero no la suficiente para tomarse la molestia de ayudarlo. 
   
   Un día, un calderero llegó por el camino hasta la casa de Jax. Fue extraño, porque el camino estaba roto, y por eso nadie lo utilizaba. 
   
   --- ¡Hola, chico! --- Gritó el calderero apoyándose en un bastón. --- ¿Tienes un poco de agua para un anciano?
   
   Jax le llevó agua en una jarra de arcilla resquebrajada. El calderero bebió y bajó la vista para mirar al niño. 
   
   --- No pareces muy feliz, hijo. ¿Qué te pasa? 
   
   --- No me pasa nada. --- Respondió Jax---. Me parece a mí que uno necesita algo para ser feliz, y yo no tengo nada. 
   
   Lo dijo con una voz tan monótona y con tanta resignación que le partió el corazón al calderero. 
   
   --- Creo que en mis fardos tengo algo que te hará feliz. --- Le dijo al chico.---. ¿Qué me dices?
   
   --- Te digo que si me haces feliz, te estaré muy agradecido.--- Contestó Jax.--- Pero no tengo dinero para pagarte. Ni un solo penique que dar, prestar o regalar. 
   
   --- Pues eso va a ser un problema ---Repuso el calderero. --- Porque lo mío es un negocio, no sé si me explico. 
   
   --- Si encuentras en tus fardos algo capaz de hacerme feliz --- Dijo Jax.--- te daré mi casa. Es vieja y está rota, pero tiene algún valor. 
   
   El calderero contempló la casa, vieja y enorme. Era casi una mansión. 
   
   --- Si, ya lo creo..--- Dijo. 
   
   Entonces Jax miró al calderero, se puso serio y dijo:
   
   --- Y si no puedes hacerme feliz, ¿Qué hacemos? ¿Me darás los fardos que llevas colgados a la espalda, el bastón que llevas en las manos y el sombrero que te cubre la cabeza? 
   
   Al calderero le gustaban las apuestas, y sabía reconocer una provechosa. Además, sus fardos estaban llenos a rebosar de tesoros traídos de los Cuatro Rincones, y estaba convencido de que podría impresionar a aquel crío. Así que aceptó el envite y se estrecharon las manos. 
   
   Primero el calderero sacó una bolsa de canicas de todos los colores del arcoiris. Pero no hicieron feliz a Jax. El calderero sacó un bolche. Pero eso tampoco hizo feliz a Jax. 
   
   El calderero rebuscó en el primer fardo. Estaba lleno de cosas normales que habrían gustado a cualquier niño normal. Dados, títeres, una navaja, una pelota de goma. Pero nada de aquello hacía feliz a Jax. 
   
   Así que el calderero buscó en su segundo fardo, que contenía cosas más raras. Un soldadito que desfilaba si le dabas cuerda. Un estuche de pinturas con cuatro pinceles de distinto grosor. Un libro de secretos. Un trozo de hierro caído del cielo.. 
   
   Así siguieron todo el día y hasta muy entrada la noche, y al final el calderero empezó a preocuparse. No le preocupaba perder su bastón. Pero se ganaba la vida con sus fardos, y le tenía mucho cariño a su sombrero. 
   
   Al final comprendió que iba a tener que abrir el tercer fardo. Era pequeño, y dentro únicamente había tres objetos. Pero eran cosas que el calderero enseñaba a sus clientes más acaudalados. Cada uno de ellos valía mucho más que una casa rota. Sin embargo, el calderero pensó que era mejor perder uno que perderlo todo, incluido el sombrero. 
      
   Cuando el calderero estaba cogiendo su tercer fardo, Jax señaló y dijo: 
   
   --- ¿Qués es eso? 
   
   --- Son unos anteojos. --- respondió el calderero.---. Son un segundo par de ojos que te ayudan a ver mejor. --- Los cogió y se los puso en la cara a Jax. 
   
   Jax miró alrededor. 
   
   --- Lo veo todo igual. --- Dijo. Entonces alzó la vista. ---. ¿Qué es eso?
   
   --- Eso son las estrellas. --- Contestó el calderero. 
   
   --- Nunca las había visto. --- Se dio la vuelta, mirando al cielo. Entonces se paró en seco.--- ¿Qué es eso?
   
   --- Eso es la Luna. --- Contestó el calderero. 
   
   --- Creo que eso sí me haría feliz. --- Dijo Jax. 
   
   --- Estupendo. --- Dijo el calderero, aliviado. --- Ya tienes tus anteojos.. 
   
   --- Contemplarla no me hace feliz. --- Aclaró Jax. --- Contemplar mi comida no me quita el hambre. La quiero. La quiero para mí. 
   
   --- No puedo darte la Luna. --- Dijo el calderero. --- No es mía. Es dueña de sí misma. 
   
   --- Solo me sirve la Luna. --- Insistió Jax. 
   
   --- En ese caso no puedo ayudarte. --- Dijo el calderero, exhalando un hondo suspiro. --- Mis fardos y todo lo que contienen son tuyos. 
   
   Jax asintió con la cabeza, aunque sin sonreír. 
   
   --- Y aquí tienes mi bastón. Un bastón sólido y resistente, te lo aseguro. 
   
   Jax lo cogió. 
   
   --- ¿Te importaría.. --- Dijo el calderero de mala gana --- dejarme conservar el sombrero? Le tengo mucho cariño.. 
   
   --- Ahora me pertenece. --- Repuso Jax.--- Si tanto cariño le tienes, no deberías habértelo jugado. 
  
   El calderero le entregó el sombrero frunciendo el ceño. 
   
   Jax se caló el sombrero, cogió el bastón y recogió los fardos del calderero. Cuando encontró el tercero, que el calderero todavía no había abierto, preguntó: 
   
   --- ¿Qué hay en este? 
   
   --- Una cosa para que te atragantes. --- Le espetó el calderero. 
   
   --- No deberías enfadarte por un sombrero --- le dijo el chico---. Yo lo necesito más que tú. Voy a tener que caminar mucho para encontrar la Luna y hacerla mía. 
   
   --- Pero si no me hubieras quitado el sombrero, quizá te habría ayudado a atraparla --- Explicó el calderero. 
   
   --- Puedes quedarte mi casa rota. --- Dijo Jask.--- Eso ya es algo. Aunque tendrás que arreglarla tú. 
   Jax se puso los anteojos y echó a andar por el camino en dirección a la Luna. Caminó toda la noche, y solo paró cuando la luna se perdió de vista detrás de las montañas. 
   
   Y Jask caminó un día tras otro, buscando sin descanso. 
   
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   A Jask no le costó mucho seguir a la luna porque en aquella época la luna estaba siempre llena. Colgaba en el cielo, redonda como una taza, reluciente como una vela, inalterable. 
   
   Jax caminó días y días hasta hasta que le salieron ampollas en los pies. Caminó años y años y se hizo alto y delgado, duro y hambriento. 
   
   Cuando necesitaba comida, la cambiaba por algún artículo que encontraba en los fardos del calderero. Lo mismo cuando se le gastaban las suelas de los zapatos. Jax hacía las cosas a su manera, y se volvió listo y astuto. 
   
   Y entretanto, Jax pensaba en la luna. Cuando creía que ya no podía soportar dar un paso más. se ponía los anteojos y la contemplaba, redonda, en el cielo.  Y cuando la veía, notaba un lento estremecimiento en le pecho. Y con el tiempo empezó a pensar que estaba enamorado. 
   
   Llegó el día en que el camino que seguía Jax atravesó Tinuë, como hacen todos los caminos. Siguió  recorriendo el gran camino de piedra hacia el este, hacia las montañas. 
   
   El camino ascendía y ascendía. Jax se comió el último pan y el último queso que le quedaba. Se bebió hasta la última gota de agua y la ultima gota de vino. Caminó varios días sin comer ni beber, y la luna seguía creciendo en el cielo nocturno. 
   
   Cuando empezaban a fallarle las fuerzas, Jax remontó una cuesta y vio a un anciano sentado junto a la entrada de una cueva. Tenía una larga barba gris y llevaba una larga túnica gris. No tenía pelo en la cabeza ni calzado en los pies. Tenía los ojos abiertos y la boca cerrada. 
   
   Al ver a Jax, el rostro del anciano se iluminó. Se levantó y sonrió. 
   
   --- ¡Hola, hola! --- Lo saludó con clara y hermosa voz.--- Te encuentras muy lejos de todo. ¿Cómo está el camino de Tenuë?
   
   --- Largo.--- Contestó Jax.--- Y duro y cansado. 
   
   El anciano invitó a Jax a que se sentara. Le llevó agua, leche de cabra y fruta. Jax comió con avidez, luego ofreció al hombre a cambio un par de zapatos que llevaba en el fardo. 
   
   --- No hace falta, no hace falta. --- Dijo el anciano alegremente, agitando los dedos de los pies. --- Pero de todas formas, gracias por ofrecérmelos. 
   
   --- Como quieras. .--- Dijo Jax, encogiéndose de hombros.--- Pero, ¿Qué haces aquí, tan lejos de todo? 
   
   --- Encontré esta cueva mientras perseguía al viento. --- Contestó el anciano--- Decidí quedarme porque este lugar es perfecto para lo que yo hago. 
   
   --- Y, ¿Qué haces? --- Preguntó Jax. 
   
   --- Soy el que escucha. --- Respondió el anciano.--- Escucho lo que las cosas tengan que decir. 
   
   --- Ah. -- Dijo Jax con cautela. --- ¿Y éste es un buen sitio para hacer eso?
   
   --- Sí, muy bueno. Excelente. -- Confirmó el anciano.--- Para aprender a escuchar como es debido tienes que alejarte mucho de la gente. --- Sonrió.--- ¿Qué te trae por mi pequeño rincón del cielo?
   
   --- Busco la Luna. 
   
   --- Eso es muy fácil. --- Dijo el anciano, apuntando al cielo.--- La vemos casi todas las noches, si el tiempo lo permite. 
   
   --- No. Yo quiero atraparla. Si pudiera estar con ella, creo que sería feliz. 
   
   El anciano lo miró con seriedad. 
   
   --- ¿Quieres atraparla? ¿Cuánto tiempo llevas persiguiéndola?
   
   --- He perdido la cuenta de los años y kilómetros. 
   
   El anciano cerró los ojos un momento y asintió con la cabeza. 
   
   --- Sí, puedo oírlo en tu voz. Lo tuyo no es ningún capricho pasajero.. --- Se inclinó, y acercó la oreja al pecho de Jax. Cerró los ojos un largo rato y se quedó muy quieto.--- Oh. --- Dijo en voz baja ---, qué triste. Tu corazón está roto y nunca has tenido oportunidad de utilizarlo. 
   
   Jax cambió de postura, un tanto turbado. 
   
   --- ¿Cómo te llamas? --- Preguntó Jax. --- Si no te molesta que te lo pregunte. 
  
   --- No, no me molesta que me lo preguntes.--- repuso el anciano.--- Siempre que a tí no te moleste que no te conteste. Si tuvieras mi nombre, tendrías poder sobre mí, ¿no?
   
   --- Ah, ¿si?
   
   --- Por supuesto. --- El anciano frunció el entrecejo. --- Eso es así. Aunque no parece que sepas escuchar, es mejor tener cuidado. Si consiguieras atrapar aunque sólo fuera un trocito de mi nombre, tendrías algún poder sobre mí. 
   
   Jax se preguntó si aquél hombre podría ayudarlo. Aunque no parecía muy corriente, Jax sabía que la suya tampoco era una misión corriente. Si hubiera estado intentando atrapar a una vaca, le habría pedido ayuda a un granjero. Pero para atrapar la luna, quizá necesitara la ayuda de un anciano extraño. 
   
   --- Has dicho que perseguías el viento. --- Dijo Jax.--- ¿Llegaste a atraparlo?
   
   --- En algunos aspectos, sí.--- Respondió el anciano.--- [...] 
   
   --- ¿Podrías ayudarme a atrapar a la luna?
   
   --- Quizá pueda darte algún consejo. --- Dijo el anciano, de mala gana. --- Pero primero deberías reflexionar sobre esto, chico. Cuando quieres algo, tienes que asegurarte de que eso te quiere a ti, porque si no, pasarás muchos apuros persiguiéndolo. 
   
   --- ¿Cómo puedo saber si me quiere? ---- Preguntó Jax. 
   
   --- Podrías escucharla. --- Dijo el anciano, casi con timidez.--- A veces, eso hace maravillas. Yo podría enseñarte a escuchar. 
   
   --- ¿Cuánto tardarías? 
   
   --- Un par de años. --- Respondió el anciano.--- Más o menos. Depende de si tienes un don para ello. Escuchar como es debido no es fácil. Pero cuando le cojas el truco, conocerás a la luna casi tan bien como te conoces a ti mismo. 
   
   Jax negó con la cabeza. 
   
   --- Es demasiado tiempo. Si consigo atraparla, podré hablar con ella. Podré hacer... 
   
   --- Bueno, eso es parte del problema. --- Le interrumpió el anciano. --- En realidad no quieres atraparla. En realidad no. ¿Piensas seguirla por el cielo? Claro que no. Lo que quieres es conocerla. Eso significa que necesitas que al luna venga a tí. 
   
   --- ¿Cómo puedo conseguir eso?
   
   --- Bueno, esa es la cuestión, ¿Vedad? --- Dijo el anciano sonriendo.--- ¿Qué tienes tú que a la luna pueda interesarle? ¿Qué puedes ofrecerle a la luna?
   
   --- Sólo puedo ofrecerle lo que llevo en estos fardos. 
   
   --- No me refería a eso --- Masculló el anciano. --- Pero si quieres, podemos echar un vistazo a ver lo que tienes. 
   
   El ermitaño revisó el primer fardo y encontró muchas cosas de utilidad. El segundo fardo contenía objetos más caros y más raros, pero no más útiles. 
   
   Entonces, el anciano vio el tercer fardo. 
   
   --- Y, ¿Qué llevas ahí?
   
   --- Ese nunca he podido abrirlo. --- Dijo Jax.--- El nudo se me resiste. 
   
   El ermitaño cerró los ojos un momento y escuchó. Entonces abrió los ojos, miró a Jax y frunció el entrecejo. 
   
   --- El nudo dice que intentaste romperlo. Que lo forzaste con un cuchillo. Que lo mordiste con los dientes. 
   
   --- Es verdad. --- admitió Jax, sorprendido. --- Ya te he dicho, intenté abrirlo por todos los medios. 
   
   --- No por todos. --- Dijo el ermitaño con retintín. Levantó el fardo hasta que el nudo del cordón le quedó a la altura de los ojos ---. Lo siento muchísimo, pero ¿te importaría abrirte? --- Hizo una pausa.--- Sí. Te pido perdón. No volverá a hacerlo. 

   El nudo se deslió. El ermitaño miró en el interior del fardo, abrió mucho los ojos y dejó escapar un débil silbido. 
   
   Cuando el anciano desplegó el fardo en el suelo, Jax dejó caer los hombros. Esperaba encontrar dinero, piedras preciosas, algún tesoro que pudiera regalar a la luna. Pero lo único que contenía aquel fardo era un trozo de madera retorcido, una flauta de piedra y una cajita de hierro. 
   
   La flauta fue lo único que le llamó la atención a Jax. Estaba hecha de piedra de un color verde claro. 
   
   --- Cuando era pequeño tenía una flauta.--- Dijo Jax.--- Pero se rompió y nunca pude arreglarla. 
   
   --- Todo esto es increíble.--- Comentó el ermitaño. 
   
   --- La flauta es bonita.--- Dijo Jax, encogiéndose de hombros. --- Pero ¿de qué sirven un trozo de madera y una caja demasiado pequeña para guardar nada?
   
   --- ¿No lo oyes? --- Preguntó el ermitaño meneando la cabeza.--- La mayoría de las cosas susurran. Estas cosas gritan. --- Señaló el trozo de madera retorcido. --- Si no me equivoco, eso es una casa plegable. Y muy bonita, por cierto. 
   
   [...]
   
   Jax cogió el trozo retorcido e intentó enderezarlo. De pronto, tenía entre las manos dos trozos de madera que parecían el marco de la puerta. 
   
   --- ¡No lo despliegues aquí! --- Gritó el anciano--- ¡No quiero una casa delante de mi cueva, tapándome el sol! 
   
   Jax intentó juntar de nuevo los trozos de madera. 
   
   --- ¿Por qué no puedo volver a plegarla?
   
   --- Supongo que porque no sabes.--- Respondió el anciano----. Te sugiero que esperes hasta que sepas donde quieres ponerla y que no la despliegues del todo hasta entonces. 
   
   Jax dejó la madera con cuidado y cogió la flauta. 
   
   --- ¿Esto también es especial? --- Se lo llevó a los labios, sopló y produjo un trino parecido al de los chotacabras. 
   
   Como todo el mundo sabe, los chotacabras son un ave nocturna que no sale mientras brilla el sol.  Sin embargo, una docena de chotacabras descendieron y se posaron alrededor de Jax, mirándolo con curiosidad y parpadeando bajo la luz intensa del sol. 
   
   --- Yo creo que es algo más que una flauta normal y corriente.--- Comentó el anciano. 
   
   --- ¿Y la caja? --- Jax estiró un brazo y la cogió. Era oscura, y fría, y lo bastante pequeña para guardarla en un puño. 
   
   El anciano se estremeció y desvió la mirada. 
   
   --- Está vacía. 
   
   --- ¿Cómo lo sabes, si  no lo has mirado dentro?
   
   --- Escuchando.--- Respondió el anciano.--- Me sorprende que no lo oigas. Es la cosa más vacía que he oído jamás. Tiene eco. Sirve para guardar cosas. 
   
   --- Todas las cajas sirven para guardar cosas. 
   
   --- Y todas las flautas sirven para tocar música cautivadora. --- Replicó el anciano.--- Pero esa flauta es algo más. Con la caja pasa lo mismo. 
   
   Jax miró la caja un momento y la dejó con cuidado en el suelo. Entonces empezó a atar el tercer fardo, con los tres tesoros dentro. `
   
   --- Me parece que voy a continuar mi camino. --- Dijo Jax
   
   [...]
   
   Jax se marchó a la mañana siguiente, siguiendo a la luna por las montañas. Al final encontró un terreno extenso y llano acurrucado entre las cumbres altas. 
   
   Jax sacó el trozo de madera retorcido y, trozo a trozo, empezó a desplegar la casa.Tenía toda la noche por delante y esperaba tenerla lista antes de que la luna apareciera en el cielo. 
   
    Pero la casa era mucho más grande de lo que él había imaginado; no era una casita de campo, si no una mansión. Es más, desplegarla resultó ser más complicado de lo que Jax había pensado. Cuando la luna llegó a lo más alto del cielo, todavía faltaba mucho por terminar. 
   
   Quizá Jax se diera prisa por eso. Quizá fuera imprudente. O quizá fuera que Jax seguía teniendo mala suerte. 
   
   El caso es que desplegó una mansión magnífica, inmensa. Pero no encajaba bien. Había escaleras que en lugar de subir iban de lado. A algunas habitaciones les faltaban paredes, y otras tenían demasiadas. Muchas habitaciones carecían de techo, y dejaban ver un cielo extraño cuajado de estrellas que Jax no reconocía. 
   
   En aquella casa todo estaba un poco torcido. En una habitación podías mirar por la ventana y ver flores de primavera, mientras que al otro lado del pasillo las ventanas estaban cubiertas de escarcha. Podía ser la hora del desayuno en el salón de baile, mientras que la luz del crepúsulo se filtraba en la habitación de al lado. 
   
  [...]
   
   Jax no le dio importancia a nada de eso. Subió corriendo a la torre más alta y se llevó la flauta a los labios. 
   
   Tocó una dulce canción bajo el firmamento despejado. No era un simple trino de pájaro, sino una canción que salía de su corazón roto. Era triste e intensa. Revoloteaba como un pájaro con una ala rota. 
   
   Al oírla, la luna descendió a la torre. Pálida, redonda y hermosa, se plantó frente a Jax en todo su esplendor, y por primera vez en su vida, Jax sintió un atisbo de gozo. 
   
   Entonces hablaron, en lo alto de la torre. Jax le contó su vida, su apuesta con el calderero y su largo y solitario viaje.  La luna escuchaba, reía y sonreía. 
   
   Pero al final se quedó mirando al cielo con nostalgia. 
   
   Jax sabía qué significaba aquello. 
   
   --- Quédate conmigo.--- Suplicó.--- Sólo puedo ser feliz si eres mía. 
   
   --- Debo irme. --- Replicó ella.-- El cielo es mi hogar. 
  
   --- Yo he construido un hogar para ti.--- Dijo Jax mostrándole su enorme mansión con un ademán. --- Aquí hay suficiente cielo para tí. Un cielo vacío, para ti sola. 
   
   --- Debo irme. --- Insistió ella. --- Ya llevo demasiado tiempo aquí. 
   
   Jax levantó la mano como si fuera a agarrarla, y se detuvo. 
   
   --- Aquí podemos tener el tiempo que queramos.--- Dijo.--- En tu dormitorio puede ser invierno o primavera, según lo desees. 
   
   --- Debo irme.-- Dijo la luna mirando hacia arriba.--- Pero volveré. Soy inalterable. Y si tocas la flauta para mí, volveré a visitarte. 
   
   --- Te he ofrecido tres cosas. --- Dijo él--- Una canción, un hogar y mi corazón. Si quieres irte, ¿ por qué no me ofreces tres cosas a cambio? 
   
   La luna, desnuda, rió y extendió los brazos mostrándole la palma de las manos. 
   
   --- ¿Qué tengo yo que pueda regalarte? Pero si puedo dártelo, créeme, te lo daré. 
   
   Jax tenía la boca seca. 
   
   --- Primero te pediría una caricia de tu mano. 
   
   --- Una mano estrecha la otra, y te concederé lo que me pides. 
   
   Estiró un brazo y lo acarició con una mano suave y fuerte. Al principio parecía fría, luego maravillosamente caliente. A Jax se le erizó el vello de los brazos. 
   
   --- Después te suplicaría un beso. --- Dijo. 
   
   --- Una boca saborea a la otra, y te concederé lo que me pides. 
   
   Se inclinó hacia Jax. Su aliento era dulce, y sus labios, firmes como una fruta. Aquel beso le cortó la respiración a Jax, y por primera vez en su vida, en su boca asomó un amago de sonrisa. 
   
   --- Y, ¿Cuál es tu tercera petición? --- Preguntó la luna. Tenía los ojos oscuros e inteligentes, y su sonrisa era sincera y cómplice. 
   
   --- Tu nombre. --- Suspiró Jax. -- Así podré llamarte. 
   
   --- Un cuerpo... --- Empezó la luna, avanzando con ansia hacia Jax. Entonces se detuvo---. ¿Sólo mi nombre? --- Preguntó deslizando una mano alrededor de la cintura de Jax. 
   
   Jax asintió. 
   
   La luna se acercó más y le susurró al oído:
   
   --- Ludis. 
   
   Jax sacó la cajita negra de hierro, cerro la tapa y atrapó el nombre de la luna. 
   
   --- Ahora tengo tu nombre. --- Dijo con firmeza. --- Así pues, tengo dominio sobre ti. Y te digo que debes quedarte conmigo eternamente, para que yo pueda ser feliz. 
   
   Y así fue.  La caja ya no estaba fría. Estaba caliente, y Jax notaba el nombre de la luna dentro, revoloteando como una palomilla contra el cristal de una ventana. 
   
   Quizá Jax cerrara la ventana demasiado despacio. Quizá no la cerrara bien. O quizá sencillamente tuviera mala suerte, como siempre. Pero al final solo consiguió atrapar un trozo de nombre de la luna, y no el nombre entero. 
   
   Por eso Jax solo puede tener para él la luna un tiempo, pero ella siempre se le escapa. Sale de la mansión rota de Jax y vuelve a nuestro mundo. Aún así, él tiene un trozo de su nombre, y por ella siempre debe regresar a su lado. 
   
   Y por eso la luna siempre cambia. Y ahí es donde Jax la tiene cuando nosotros no la vemos en el cielo. Jax la atrapó y todavía la guarda. Pero sólo él sabe si es feliz o no. 
   
  
   
                                       Fin.