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jueves, 23 de agosto de 2012

· Capítulo 4: Nadie. [Tercera parte]


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   [ Megadeth - Trust ]
   
   
   
   Que no podía ir al bosque ... ¡Já! Estaban locos si creían que yo aguantaría sin salir de aquella casa tan solo una hora más. Buscaría a ese 'primo' mío, el señor pequitas, hasta debajo de las piedras sin fuera necesario. No tenía ningún derecho a negarme nada. Absolutamente nada. 
   
   Recorrí el primer piso con paso rápido y certero, acompañado de un rostro que rezumaba determinación por todos los poros, a pesar del dolor que recorría mi cuerpo por cada tramo que andaba. En el tobillo no quedaba ni un gramo de analgésico, eso estaba claro, pero no iba a dejar que me encerraran por esa idiotez. Con torcedura o sin torcedura, aún podía andar. 
   
   Pero ese maldito chaval no estaba en ningún lado. En ninguna de las salas del primer piso de la mansión. Ni en el salón. Ni en la biblioteca de la planta baja. Ni en la habitación de invitados. Ni en la sala de estar. Ni en ninguna de las habitaciones para invitados que ahí había. Ni en la entrada. Ni en la terraza. Y, desde la terraza, pude ver que tampoco estaba en el jardín (no me dejaron salir para comprobarlo). 
   
   Ya era un drama andar con aquel dolor por toda la enorme planta baja. ¿Tenía también que subir escaleras? Miré con el ceño fruncido el enrome tramo de madera oscura y peldaños que tenía delante. Era una escalera grande, bonita y muy pulida. Y jodídamente alta. Por un momento mi determinación se vino abajo.. 
   
   --- ¿Qué haces aquí? --- Murmuró. 
   
   Los hombros se me tensaron y mi corazón dio vuelta y media dentro de mi pecho, antes de intentar a echar a correr por el susto que me había dado. Me volví para observar un rostro lleno de pecas, y esos ojos violetas. Fruncí el ceño. 
   
   --- Te estaba buscando. Quiero que le digas a todos que qui.. 
   
   --- ¿Qué haces aquí, Abby? --- Inquirió, con el entrecejo profundamente fruncido. Su tono era autoritario, y la mueca que tenía en el rostro hacía parecer aquella cara tan aniñada que tenía en una mucho más mayor. 
   
   --- Te lo he dicho. Te estaba buscando.. --- Contesté, con un hilillo de voz. 
   
   --- ¿No te dije que no salieras de tu habitación? Estás magullada. Tienes que reposar. Vamos. --- Se adelantó, me cogió por el codo, y me empujó con paso rápido hacia mi habitación. Una calma increíblemente intensa hizo que mi corazón dejara de latir tan fogosamente, y que mis mejillas dejaran de arder de forma incontrolable. 
   
   --- No.. No quiero. Oye, tú, escucha. No quiero. --- Dije, y aparté mi brazo de un tirón.--- Quiero salir de aquí. Llama a alguien para irme a casa. 
   
   --- Esta es tu casa, Abby. -- Y lo dijo con un tono tan tranquilo y sencillo que parecía estar hablando con un retardado. 
   
   --- No. Aquí no tengo amigos, ni familia. Aquí estoy sola. Esto no es un hogar. 
   
   Él parpadeó, y el pequeño ceño que se había formado en aquel extraño rostro inexpresivo se disolvió en una milésima de segundo. 
   
   De repente, se alejó en silencio y se dirigió sin decir nada a la butaca más cercana, suspirando. 
   
   Me dí cuenta de que estaba más pálido que antes, cuando estaba hablando conmigo en la habitación, y que tenía un ligera capa de sudor en el rostro y en las manos. Su mirada perdida no parecía muy despierta. 
   
   --- ¿Quieres volver a la otra casa, Abby? --- Murmuró, repentinamente. 
   
   --- Quiero volver a ver a la gente que me importa. Aquí no tengo nada que hacer. --- Mi voz sonaba mucho más tranquila de lo que estaba en realidad. 
   
   --- Tus padres se han ido, Abelle. --- Alzó la mirada, y la clavó en mis ojos. --- Se han ido para no volver. 
   
   Me encogí de hombros. Sin pensarlo, sin mostrar ningún signo de pena ni de debilidad. En lo más profundo de mi corazón quizá les tuviera un poco de cariño, pero la verdad era que no me importaba lo más mínimo. Era comparable a lo que puedes sentir por un vecino, o un amigo de un amigo. 
   
   Pero él no sabía la relación que teníamos mis padres y yo, y eso pareció cohibirlo. De todas formas, no dijo nada y siguió mirando hacia delante. 
   
   --- Tenemos que hablar de cosas serias. ¿Podrías sentarte, por favor? 
   
   Aquella forma de expresarse tan cortés me ponía de los nervios. Puse los ojos en blanco aprovechando que no me miraba, mientras que me sentaban en una de las butacas de la gran sala que tenía él delante. Detrás de él estaba la biblioteca del piso de abajo; y, detrás de mí, el piano. 
   
   --- Me han encargado tu tutela, Abby. Eso significa que soy tu tutor, la persona que tendrá que cuidarte hasta tu mayoría de edad, la persona que responde por ti, que te tiene a su cargo. --- Decía las palabras pausadamente y de forma tan fluída que parecía que las había ensayado un millar de veces. Pero eso no era lo que importaba.. 
   
   Parpadeé un par de veces. 
   
   --- En realidad, la tutela iba a recaer en nana, Violetta. Pero debido a su muerte, tu tutela recayó en mí. --- Continuó. Ni siquiera se dignaba a mirarme. Apreté mis dedos con fuerza. 
   
   Yo.. ¿Qué era yo? ¿Un bien que se pasaban toda mi familia, de mano en mano, porque nadie quería hacerse cargo de mí? ¿Por qué mis padres no querían que viviera con ellos? ¿Por qué mi tutela era de la abuela, si mis padres estaban perfectamente cualificados para cuidarme? ¿Y, por qué había acabado bajo el cuidado de aquella persona desconocida? 
   
   Bajé la vista a mis manos, y al hacerlo las lágrimas que se habían acumulado en mis ojos se desbordaron y cayeron, mojando mis dedos. Fruncí el ceño y suspiré. 
   
   --- ¿Sabes? Sabía que no me querían, pero nunca pensé que mis propios padres llegaran al extremo de dejarme tirada otra vez. --- Sonreí de manera nerviosa, aguantando todo lo que podía las lágrimas. Mi cuerpo luchaba por expulsarlas con todas sus fuerzas, con la esperanza de que la soledad se fueran con ellas, pero yo sabía que eso no iba a pasar. Además, nunca lloraría delante de este desconocido. --- Siento que hayas acabado cargando conmigo, nada de esto es culpa tuya. No debería haber nacido, y nadie tendría un problema ahora. --- Alcé la vista, sonreí de la forma más natural posible, e hice como si mis lágrimas no estuvieran ahí, nublandome la vista. Nathaniel me miraba con una expresión insondable en el rostro. ---- Y, tranquilo, no te causaré ningún problema más. 
   
   Me levanté de la butaca y luché por salir de ahí con la cabeza lo más alta posible. Pero desistí en cuanto le di la espalda, pues entonces mis lágrimas se desbordaron por mis ojos. Una tras otras, sin control. 
   
   Para cuando llegué a mi habitación, mi respiración nerviosa se había convertido en un sollozo en toda regla. Las lágrimas que antes caían de una en una, casi ordenadamente, ahora se desbordaban todas a la vez, haciendo que mi rostro quedara empapado. 
   
   Me senté en el suelo y apoyé la espalda en la cama grande que había. Me dejé llevar, total, a nadie le importaba que me sintiera como una mierda. Lloré, lloré y lloré. Lloré hasta que mis ojos se hincharon y enrojecieron hasta límites increíbles. Lloré hasta mi garganta quedó reseca e inservible. Lloré hasta que mis pulmones dolían y escocían. Lloré hasta que sentí que mi cuerpo y mi mente habían aceptado la idea de que no tenía a ninguna persona en mi familia que me quería. A ninguna. Porque la única que me quedaba, estaba muerta. 
   
   Sólo entonces, me levanté y deshice la pequeña bola que había hecho mi cuerpo para llorar. 
   
   Miré por la ventana. A juzgar por el color apagado de la luz del sol, hacía rato que había pasado la hora de comer. Llevaba llorando horas. 
   
   Me quité los pantalones y los zapatos, y me metí en la cama para dormir un rato. Mi cuerpo no se había acostumbrado a la idea de la muerte de mi abuela y aún lloraba, había quedado exhausto después de esa segunda ráfaga de emociones, aunque no fuera ni la mitad de fuerte que la anterior. 
   
   Me acomodé bajo las mantas, me tumbé hacia un lado y intenté dormir con todas mis fuerzas. 
   
   Pero entonces vi las dos plumas largas y negras en el suelo. Y ese pequeño charco de sangre que había a su alrededor. 
   
   
   
                              Fin del capítulo. 
   
   

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